Desde hace 40 años, en el Polígono de San Cristóbal, en Valladolid, los trabajadores que allí desempeñan sus tareas cuentan, cuando llega el momento del café o de la comida, con un local señero, Bar El Primero. Su nombre responde a una fácil explicación: fue el primero que se instaló en aquel lugar gracias a la iniciativa de Alfonso e Isabel. Cuatro décadas después, el establecimiento está regido por dos hijos de esa emprendedora familia, Mario y Alejandro, que han tratado de mantener el mismo espíritu que inspiró a sus progenitores.

Durante los meses más duros de la pandemia, cuando la población se vio obligada a permanecer en casa durante semanas y la mayoría de los locales tuvieron que echar el cierre, Bar El Primero se convirtió en un oasis para los trabajadores esenciales: transportistas, policías, personal sanitario y técnicos de Ambuibérica, entre otros.  Según nos cuenta Mario, su madre tuvo la feliz idea de mantener, a pesar de las muchas dificultades, la actividad y que quienes estaban en primera línea de la lucha contra el coronavirus tuvieran un lugar en el que hacer una parada para tomar café, comerse un bocadillo o, simplemente, ir al aseo. Y todo de forma altruista, sin cobrar nada.

Además de unos 500-600 cafés diarios, también dábamos bocadillos y pastas”, comenta Mario, que se siente muy orgulloso de este gesto solidario hacia unos profesionales que estaban dando lo mejor de sí mismos en el combate contra la Covid-19. Aunque esta iniciativa podía ocasionarles un quebranto económico, echaron mano de sus proveedores, que también actuaron con la misma generosidad. “Se corrió la voz y El Primero se convirtió en un lugar en el que venían a tomar café, comer y descansar”, continúa Mario, quien celebra que surgiera una relación de amistad con estos clientes tan especiales.

Luego, El Primero tuvo que cerrar siguiendo las indicaciones adoptadas por las autoridades sanitarias. Con la reapertura, sus responsables tuvieron cierta sensación de vértigo, pero pronto pudieron comprobar que la solidaridad había tomado el camino de vuelta y que lo que habían dado de forma voluntaria y generosa les retornaba. “Al abrir de nuevo, nos han echado una mano, una gran mano, y se ha notado muchísimo”, asegura Mario, quien destaca que la clientela habitual se ha incrementado de forma extraordinaria y este hecho lo sienten como un reconocimiento. “Produce una gran satisfacción que la gente venga, que te agradezca lo que hiciste cuando no tenía adónde ir.  Y la recompensa está ahí: una mayor clientela”.

La solidaridad, está vez, ha fluido a raudales en un trayecto de ida y vuelta en el que los técnicos de emergencias sanitarias han sido protagonistas relevantes.